Sunday, October 01, 2006

Mi primer santo patrono: San Lázaro de 2006

Por Ariadna Sánchez

De pronto el 1o de Septiembre se convierte poco a poco en un día más significativo que de costumbre. Para lo que solíamos esperar la fecha por mera actitud cívica, ahora festejaremos cada primero de septiembre por lo que en el 2006 sucedió en San Lázaro.

"Hoy hoy, ahora soy inmensamente feliz por que tomamos el Congreso", decía un mensaje de celular que un compañero me envió. Eso leía mientras al mismo tiempo intentaba conducir sin estrellarme en otro auto. A los pocos segundos, en la radio dan el anuncio de que se suspendió el Informe de Vicente Fox, que se retiraba y que la sesión concluía. Al final, el Himno Nacional.
Pensé: la vida sigue, la gente que esta parada al igual que yo en este semóforo sigue preocupada por su trabajo, por sus hijos, por el calor, porque el fin de semana es corto y no durará lo que requiere su cansancio. ¿Por qué entonces me siento especialmente feliz? ¿Por qué si tengo tantos problemas económicos me siento tranquila, e incluso feliz?

Para muchos el hecho de haber impedido al Sr. Presidente que diera su informe presidencial es un acto de intolerancia y exceso de interpretación de las garantías individuales (derecho de manifestación y derecho de expresión).

"Estan violando un protocolo", me dijo una amiga poeta. Y me pregunto: ¿acaso estos protocolos que hoy tanto defienden, no violaron en su tiempo otros protocolos que, por obsoletos y descontextualizados, obligaron a las sociedad a luchar por un cambio en sus paradigmas? Lo mismo sucede con las instituciones, esas que tanto defienden.

El cambio es incierto, nunca lleva a un lugar, a un destino, a un final seguro. Aquel que se arriesga a "violar" los protocolos arriesga su propia credibilidad, convicciones, incluso la vida. Pero algo sucede cuando este deseo de cambio lleva una carga ideológica, política y social bien definida: la convicción es un estado en el que el ser humano se atreve a arriesgarlo todo, con la idea sencilla de que no pierde nada y, al contrario, gana la realización plena de sus ideales.
La vida sigue en las calles, en las casas, en los trabajos, en las cabezas y corazones de las personas. Sigue tan normal, habitual y cotidiana como siempre. Pero en estos tiempos, el estar formando parte de una coyuntura en la historia te da fuerzas para pensar que, a pesar de lo absurdo e irónico de la vida, quizás esta convicción que compartimos quince millones de mexicanos vale la pena.

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